miércoles, 15 de julio de 2015

Huele a muerte, Adilene Cortés Caballero



Huele a muerte

Leí de él algún ¨poema, alguna bazofia que mencionaba un amor absurdo, un sin fin de elogios  ante este y un profundo dolor, palabras como: huesos, sangre, alma, sanguinolento corazón, muerte, olor a putrefacción se extendían a lo largo del escrito. De tenerle en  frente, le habría escupido en la cara. No es que piense que un ¨poeta¨ no tiene una basta imaginación para cubrir este tipo de visiones, incluso educar su mente a recurrir a olores, a tactos, pero él no era nada de eso, él era un simple siervo tratando de impresionarme, le conocía bastante bien para saber que su religión y sus prejuicios no le permitirían  sumergirse entre tales temas, suspirar ante tales artes como la taxidermia, sus manos jamás  podrían atreverse a practicar  un embalsamamiento, ni  siquiera la medicina forense, y qué decir de la curación y exhibición de huesos.
¿ Entonces por qué escribir sobre  algo que le es aberrante?. Detesto esa falta de coherencia.
 Lo invité a venir,   lo dejé ser, charlamos, le acepté una partida de ajedrez  y él me aceptó un café, sin crema y con una pizca de canela como a mi me gusta. Lo admito no fue una mala compañía después de todo era un buen conocido.

 Poco antes de irse lo incité a pasar a mi salón privado, quería mostrarle algo, quería ver su rostro, su expresión al reconocer algunos de mis apasionados pasatiempos, no se inmutó al ver  mi colección de mariposas y murciélagos  secos enmarcados, ni los corazones diseccionados, ni mis posioneros con sangre y vino,  la lista de  los sueños, las almas que he recolectado. No se perturbó hasta que llegó a la vitrina y curioso tomó uno de los tarros, y preguntó que había adentro.

Observé cómo abría el frasco, apenas asomó su rostro e inhaló, le dije
-Ahí  adentro,  huele a muerte.-  Supe que  ya se había percatado al verlo derramar su vomito en mi alfombra.