Huele a muerte
Leí de él algún
¨poema, alguna bazofia que mencionaba un amor absurdo, un sin fin de
elogios ante este y un profundo dolor,
palabras como: huesos, sangre, alma, sanguinolento corazón, muerte, olor a
putrefacción se extendían a lo largo del escrito. De tenerle en frente, le habría escupido en la cara. No es
que piense que un ¨poeta¨ no tiene una basta imaginación para cubrir este tipo
de visiones, incluso educar su mente a recurrir a olores, a tactos, pero él no
era nada de eso, él era un simple siervo tratando de impresionarme, le conocía
bastante bien para saber que su religión y sus prejuicios no le
permitirían sumergirse entre tales
temas, suspirar ante tales artes como la taxidermia, sus manos jamás podrían atreverse a practicar un embalsamamiento, ni siquiera la medicina forense, y qué decir de
la curación y exhibición de huesos.
¿
Entonces por qué escribir sobre algo que
le es aberrante?. Detesto esa falta de coherencia.
Lo invité a venir, lo dejé ser, charlamos, le acepté una
partida de ajedrez y él me aceptó un
café, sin crema y con una pizca de canela como a mi me gusta. Lo admito no fue
una mala compañía después de todo era un buen conocido.
Poco antes de irse lo incité a pasar a mi
salón privado, quería mostrarle algo, quería ver su rostro, su expresión al
reconocer algunos de mis apasionados pasatiempos, no se inmutó al ver mi colección de mariposas y murciélagos secos enmarcados, ni los corazones
diseccionados, ni mis posioneros con sangre y vino, la lista de
los sueños, las almas que he recolectado. No se perturbó hasta que llegó
a la vitrina y curioso tomó uno de los tarros, y preguntó que había adentro.
Observé
cómo abría el frasco, apenas asomó su rostro e inhaló, le dije
-Ahí adentro,
huele a muerte.- Supe que ya se había percatado al verlo derramar su
vomito en mi alfombra.